VIERNES 19
DE ABRIL



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Mensaje Pascual 2018 del obispo Carlos Malfa

“No teman. Ustedes buscan a Jesús de Nazareth, el Crucificado. Ha resucitado, no está aquí” (Del Evangelio según San Marcos 16,6).


1- ¡Ha resucitado! Al escuchar este anuncio en la memoria del corazón de aquellas mujeres habrá resonado otra vez la Palabra del Maestro: “El Hijo del Hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día” (Lc 9,22).
¡Ha resucitado! Sin duda cuando se dirigían al sepulcro con sentimientos de tristeza pero llenas de amor muy de mañana en aquel primer “día del Señor”, intuían -cualidad femenina la intuición- que no podía ser que Aquel que había entregado su vida por amor para librarnos de nuestras muertes quedara encerrado en el sepulcro, encontraron la tumba abierta, el cuerpo no estaba. Quizá porque nadie como la mujer tiene la vivencia de que hay dolores desgarradores que acaban dando a luz la vida.
¡Ha resucitado! Es el alegre anuncio que se iba gestando en ellas cuando iban de camino.
¡Ha resucitado! Este anuncio siempre nuevo lo volvemos a escuchar nosotros.
Aquí está el corazón de nuestra fe que el Papa Francisco nos llama a renovar, profundizar, anunciar: “La belleza del Amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo, muerto y resucitado” (EG 36).
¡Ha resucitado! Todos necesitamos el anuncio y el testimonio renovado de la resurrección de Cristo, lo necesitan muchos cristianos en sus dudas e incertidumbres, como también lo necesitan en sus miedos y desilusiones tantos hombres y mujeres de buena voluntad que buscan la verdad, el bien, la belleza.
“Elige la vida y vivirás” (Dt. 30, 19)
2- En esta Pascua nos acercamos a una reflexión sobre el aborto desde la inviolable dignidad de la vida humana y de la profunda convicción humanista de que la vida inocente va defendida en toda circunstancia y estadio de su desarrollo.
Quien no ha tenido la experiencia directa de una ecografía puede preguntar a papás y mamás que sí la vivieron, qué experimentaron al contemplar la maravillosa belleza de la vida que late en ese ser pequeñito que ya como embrión tiene un nuevo ADN, la misma secuencia genética que tendrá al nacer y durante toda su vida. Pregúnteles también si se animarían a destruirlo.
En el seno materno hay una vida nueva, única, irrepetible y aunque no esté todavía plenamente desarrollada, tiene derecho a nacer, tiene derecho a vivir. En el cuerpo de la mujer hay un “otro” ¿hay derecho a disponer de la vida de ese otro?
Debemos asumir con comprensión la angustia ante un embarazo no buscado y más aún la compasión y cercanía cuando llega por la terrible violencia de la violación y abuso hacia la mujer. Pero estas situaciones no se resuelven creando otra víctima al destruir ese pequeño ser humano. Busquemos salvar las dos vidas y atender a la salud física, psicológica, social y espiritual de la mujer. La mujer está dotada maravillosamente para dar vida y defenderla hasta el heroísmo, ahí están las madres y las abuelas.
Argentina tiene todas las posibilidades para la prevención antes de decidir eliminar una nueva vida. Claro que se hace necesario ocuparse en desterrar la pobreza estructural que nos esclaviza desde hace años, y no solo la pobreza económica y social, sino también las carencias en el sistema de salud fragmentado e injusto -enfermedades previas de la mujer, control del embarazo y parto, maternidades inseguras-. También la falta de educación para el amor y la paternidad responsable como la educación en valores y el abrir caminos accesibles para la adopción. ¡Qué hermosa obra de amor y de dar vida es la adopción de niños abandonados!
Al hablar del aborto no estamos hablando de religión sino de la dignidad de la vida humana inocente. Es oportuno citar al jurista y filósofo italiano Norberto Bobbio, laicista y no cercano a las enseñanzas de la Iglesia, quien dice en relación al aborto: “Me sorprende que los laicos dejen a los creyentes el privilegio y el honor de afirmar que no se debe matar”. En nuestra sociedad se discute el derecho a la “interrupción voluntaria del embarazo”, expresión políticamente correcta que se utiliza para suavizar la cruel verdad sobre el aborto que siempre es matar al ser más inocente, débil e indefenso. Con una cultura comunicacional que al relativizar la grandeza y sacralidad de la vida humana en los momentos iniciales y terminales de la vida de la mujer y del hombre, contribuye a distorsionar el valor de toda vida.
Mientras más crece la sed de dignidad y del reconocimiento de los derechos humanos, en nombre de una concepción de la libertad y con la pretensión del amparo de la ley, se destruye el primero y fundamental: el derecho a la vida, sin el cual todos los demás derechos pierden su fundamento.
Los creyentes, cristianos, judíos, islámicos o de otras religiones no pretendemos imponer una fe sino que somos también ciudadanos con el derecho y la libertad que debemos ejercer sin temor y responsablemente de hacer nuestro aporte al bien común de la sociedad.
“La muerte y la vida se enfrentaron en un duelo admirable: el Rey de la Vida estuvo muerto, y ahora vive” (Secuencia Pascual).
3- La lucha entre la vida y la muerte continúa y se prolonga en la historia como la Pasión de Cristo.
Quienes confesamos al Resucitado como “Señor de la vida” (cf. Hechos 3, 15) con inequívoca coherencia elegimos amar, venerar, celebrar, servir, defender y cuidar la vida.
Y de esto siempre hay que hablar… en la familia, en la escuela, en la parroquia, en el hospital, en el barrio… en la fábrica…. Consecuentemente en todos los lugares donde se forma al hombre y al cristiano se grave de manera imperecedera en la conciencia y en el corazón la Buena Nueva del valor sagrado, inviolable e incomparable de la vida humana ante toda forma de violencia o amenaza -personal, social y estructural- la vida en toda su riqueza y belleza humana, cultural y espiritual, en toda su dimensión terrestre y eterna desde la concepción, en todos los momentos de su desarrollo hasta la muerte natural.
Somos deudores de toda la verdad sobre la vida que no podemos callar o silenciar como discípulos misioneros de Jesús porque es obra de amor ofrecer y anunciar la verdad que libera, humaniza, sana, salva y redime.
La proclamación del Evangelio de la vida es alegre: “El Evangelio del amor de Dios al hombre, el Evangelio de la dignidad humana y el Evangelio de la vida son un único e indivisible Evangelio (E. V. 2); y esa proclamación es también dolorosa: porque en la cultura de la muerte se rechaza el don maravilloso de Dios, se eclipsa el sentido de Dios y de la creatura humana y entonces el anuncio se transforma en denuncia profética, clara y apremiante y llena de esperanza.
Los ciudadanos también esperamos la sabiduría que debe brillar en legisladores y políticos para que la ley defienda siempre a los más débiles y así construya el bien de toda la sociedad.
Agradezcamos a nuestros padres que nos hayan dejado nacer, agradezcamos a nuestros padres que no se ahorraron los costos del amor y del respeto a la vida.
“Dios no hizo la muerte ni se goza en la pérdida de los vivientes” (Sab. 1, 13).
4.- La Pascua nos llama a ser siempre y en todas partes testigos del Dios de la Vida.
Nuestra fe en el Dios de la vida, la dignidad de hijos y la misión de fraternidad nos lleva a descubrir y maravillarse por este don de la vida lleno de gratuidad y belleza cuya aceptación siempre es signo de esperanza que nos orienta para hacer una sociedad más humana.
“Ha resucitado Cristo, mi esperanza” (Secuencia Pascual).
Vuelvo a compartirles un maravilloso texto de un monje del siglo XII: “Si Jesús está vivo, esto me basta. ¡Oh palabra de fe y bien digna de los amigos de Jesús…! Si Jesús está vivo, esto me basta. Si él está en la vida yo lo estoy también, ya que mi alma está colgada de él, mejor aún, ya que él es mi vida, él es toda mi razón de ser… ¿Qué me podría faltar, si Jesús vive? Más aún, aunque me falte todo, esto no tiene importancia, con tal de que Jesús esté vivo… ¡Si Jesús está vivo, esto me basta!” (Beato Guerrico de Igny).
¡Felices Pascuas!

Carlos H. Malfa
Obispo de Chascomús




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