RENCARNACION: CREENCIA, CONFUSION Y REALIDAD.
Para El Dolorense escribe el Dr. Antonio LAS HERAS
George Smith Patton, Jr.; el célebre general de la Segunda Guerra Mundial afirmaba ser la reencarnación de Alejandro Magno, del general cartaginés Aníbal, de un comandante de campo que tuvo Napoleón y de otras figuras relevantes en la Historia Militar. No era el único. Por los días de la Segunda Guerra Mundial fue frecuente en los protagonistas militares que estuvieran convencidos de recordar otras encarnaciones en las que también habían ejercido como soldados. El caso de Patton, en particular, tiene el detalle de pensar que había tenido varias – y no sólo una – reencarnaciones.
Hay teólogos que sostienen que Juan el Bautista era la reencarnación del Profeta Elías. Pitágoras, Platón, Shakespeare, Alejandro Dumas, Goethe, Hegel, Emerson, Mary Shelley y Richard Wagner – por sólo mencionar algunos – estuvieron convencidos de que la reencarnación es una realidad.
La reencarnación, llamada por algunos indistintamente palingenesia o metempsicosis, es la idea de que tras fallecer hay “algo” de la persona que subsiste en otra esfera imperceptible – el Más Allá – con la características especialísima de que ese “algo” mantiene consciencia de quien hubo sido durante la existencia terrena así como todos los recuerdos guardados – en vida – en su psiquismo.
Principios reencarnacionistas ya se encuentran en la más antigua Tradición Hermética que afirma la existencia de un principio perenne e individualizado que habita y anima al cuerpo humano y que, ocurrida la muerte transcurre un tiempo indefinido en el Más Allá hasta encontrar un nuevo cuerpo conveniente, reencarna en éste.
Para todas las escuela iniciáticas, esotéricas y de sabiduría la reencarnación es un hecho cierto y comprobado siendo, por lo demás, la causa primera por la cual cada persona durante su tránsito terreno debe procurar mejorar en sus facetas espirituales e intelectuales en vista a un crecimiento trascendente que lo ligue – de manera definitiva y trasmutadora – con el plan del trazado por el Gran Arquitecto del Universo.
La reencarnación es una de las ideas más antiguas. Se la encuentra en el hinduismo, el budismo y otras religiones orientales. En Occidente, la reencarnación tuvo adeptos entre algunos filósofos griegos. En nuestros tiempos se encuentra entre las enseñanzas de las sociedades teosóficas, los gurus indios y en cultores del movimiento de la Nueva Era por el cual se han importado muchas creencias orientales, casi nunca comprometiéndose a serios cambios de vida sino como algo que está de moda.
Cuando apareció el budismo en la India – en el siglo V a. J. – adoptó la creencia en la reencarnación. Y por él se extendió en la China, Japón, el Tíbet, y más tarde en Grecia y Roma. Y así, penetró también en otras religiones, que la asumieron entre los elementos básicos de su fe. Hasta donde tenemos noticia, la primera vez que aparece la idea de la reencarnación es en la India, en el siglo VII a. J.
El cuerpo más abundante de evidencia que apoya la doctrina de la reencarnación ha sido reunido por el doctor Ian Stevenson, médico psiquiatra y parapsicólogo de la Universidad de Virginia, que desde los años sesenta del Siglo XX se dedicó a indagar en casos de presunta “memoria extracerebral” atribuible a presuntas reencarnaciones. Y así como una imagen vale por mil palabras, un relato extraído de las publicaciones hechas por Stevenson nos eximirá de mayores aclaraciones.
El caso que hemos elegido es el de Indika Guneratne, un niño di Sri Lanka – allá donde decidió radicarse Arthur Clarke – nacido en 1962 y que Stevenson comenzó a estudiar seis años después.
Indika por primera vez comenzó a hablar cuando tenía unos dos años y uno o dos años después empezó a describir una supuesta vida anterior en la que había sido un acaudalado residente de Matara, ciudad en la costa sur de Sri Lanka. Entre sus recuerdos se encontraban las características de la suntuosa mansión en que había residido, el auto Mercedes Benz que poseía como así también algunos de sus objetos preferidos y los elefantes que eran de su propiedad. Y otros datos muy precisos, como que el nombre de su chofer había sido Premdasa.
El padre de Indika, G. D. Guneratne, indagó en las declaraciones de su hijo descubriendo que un hombre con esas características realmente había vivido en la ciudad indicada por su hijo. Pero no llevó adelante ninguna investigación más; esto sí le cupo a Stevenson.
Así pudo determinar que se trataba de K. G. J. Weerasinghe, un acaudalado comerciante de maderas, fallecido en 1960 dos años del nacimiento de Indika.
Stevenson pudo constatar que todos los dichos del niño coincidían, salvo algunos detalles. El fallecido sólo tenía un elefante y no varios. Tampoco había sido dueño de un Mercedes Benz. Pero, y esto es igualmente extraordinario, la patente recordada por Indika coincidía con un automóvil de esa marca cuyo propietario había sido un vecino de un pueblo cercano. Los recuerdos coincidían en un 90% con la realidad histórica. Había algunos desaciertos, es verdad, ¿pero puede la memoria – sobre todo la de un reencarnado – ser perfecta? Cabe aquí suponer que precisamente el hecho de que haya habido errores brinda mayor credibilidad a los dichos de Indika. Stevenson presenta a este caso como uno de los más sugestivos a favor de la reencarnación.
La creencia en la reencarnación va en franco crecimiento en todo Occidente. Así resulta asombroso comprobar cómo cada vez es mayor el número de los que, aún siendo católicos, aceptan la reencarnación. Una encuesta realizada en la Argentina por la empresa Gallup reveló que el 33% de los encuestados cree en ella. En Europa, el 40% de la población se adhiere gustoso a esa creencia. Y en el Brasil, nada menos que el 70% de sus habitantes son reencarnacionistas. Por su parte, el 34% de los católicos, el 29% de los protestantes, y el 20% de los no creyentes, hoy en día la profesan.
Antonio Las Heras es doctor en Psicología Social, filósofo y escritor. Preside la Asociación Argentina de Parapsicología. e mail: alasheras@hotmail.com
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