VIERNES 29
DE MARZO



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"Los rituales de la Pachamama", Por Antonio Las Heras


La devoción a la Pachamama se encuentra muy difundida en la actualidad, pero su origen se sitúa en el Imperio Incaico mucho antes de la llegada de Colón al Nuevo Continente. Cuando los españoles llegaron a América las ceremonias y rituales a la Madre Tierra (que eso significa la Pachmama) ya existían, y jamás desaparecieron. Es más, se siguen realizando hasta el día de hoy en toda la región andina.
La fecha principal de celebración es el 1° de agosto. Precisamente a mes y medio del solsticio de invierno o Inti Raymi. Es entonces cuando se expresa el agradecimiento a la Madre Tierra. En el momento donde el frío impera, las plantas parecen secas y los árboles quedan sin follaje. Es entonces cuando aparece la esperanza de los pueblos originarios en que la deidad creadora de vida que nutre y protege, esa que demuestra su generosidad ofreciendo los frutos y riquezas que guarda en su seno, habrá de brindar en un futuro cercano – el equinoccio de primavera – todo lo necesario para el sustento de humanos, animales y vegetales. Inequívoca evocación a la armonía que prevalece en la Naturaleza.
Pacha es un vocablo que proviene del quechua y también del aymara que remite a la infinitud del tiempo, a lo eterno y significa la totalidad de la existencia de la vida; y Mama, el sentido de la capacidad materna para engendrar vida. Es por esto que “Pachamama” – considerada la máxima deidad – alude a la Madre de toda la existencia vital, que se manifiesta a través de la Tierra.
Los incas consideraban a la tierra – al suelo fecundo – como fundamento de la existencia, entendiéndolo como un ser vivo en sí mismo y, a la vez, sagrado.
Cuando el centro divino cambió y se trasladó al Sol, y el culto a la Pachamama fue desplazado por Inti y Quilla, por Viracocha y los Hijos del Sol, el antiguo culto a la Tierra se mantuvo intacto y vigente en la veneración popular. Los gobernantes del mundo incaico, ante este marcado fervor popular, debieron admitir la continuidad de las ceremonias y rituales a la Pachamama. Eso sí, desde el Cuzco, eje central del mundo incaico, era controlado el desarrollo y difusión de la devoción por la Madre Tierra. Ocurre que las raíces duales del pensamiento andino siempre tienen en cuenta a la contraparte cuyo entramado conforma un todo. Inti, el Sol, en lo alto del cielo, simboliza lo masculino. Pachamama, la Tierra, en lo profundo, simbolizando lo femenino. Majestuosa síntesis de opuestos.
El culto oficial al Sol correspondía únicamente a los hijos de Inti, no eran admitidos los integrantes del pueblo. Por lo tanto la existencia de una deidad que pudiera ser vivida por el pueblo mismo, resultaba fundamental.
El asesinato de Atahualpa en manos de Pizarro simbolizó la derrota del Sol por el Dios cristiano, siendo reemplazado por él por ser también varón y reinar en los cielos. Pero las divinidades locales no fueron olvidadas sino que, por el contrario, adquirieron mayor preeminencia como resultado de la muerte del dios masculino: la Gran Madre Tierra sobrevive a su esposo demostrando la fuerza de lo femenino sobre lo celestial y, por lo tanto, su veneración es imprescindible para que nunca deje de protegerlos.
De esta manera el culto a la Pachamama, como expresión popular, sobrevivió hasta nuestros días con la fuerza que le es propia a los pueblos.
Venerar a la Madre Tierra se convierte así en una real necesidad, especialmente cuando comienza el período de preparación de la tierra para la siembra posterior. De manera que quede asegurada una cosecha abundante. Igualmente para que el ganado crezca sano y nazcan muchas crías. En particular, llamas y cabras. Igualmente para que la población tenga un año tranquilo.
Por eso los rituales comienzan en agosto (pleno invierno), época cuando, según la tradición aymara, la Pachamama se encuentra “con la boca abierta porque tiene hambre” y es menester alimentarla para agradecer su prosperidad y evitar algún imprevisible castigo. Para ello las ceremonias comienzan durante la noche de la víspera. El amauta (chamán) del lugar ha de sahumar a todos los que participan y comparten un mate en el que se coloca ruda junto a las hierbas de la zona. Se ceba con aguardiente caliente en lugar de agua. También se realiza el hilado del “hilo zurdo”, que consiste en hilar hacia la izquierda y colocar estos cordones en los tobillos, las muñecas y el cuello para protegerse contra los posibles castigos de la Pachamama.
Cuando despunta el día se cava un pozo en la tierra llamado la Boca de la Pachamama; sitio dónde el año anterior se enterró una piedra, la “Piedra del Clima”; si aparece seca anuncia un año con pocas lluvias, y si está húmeda, predice una temporada más favorable para los cultivos.
Al mediodía comienzan las ofrendas para “carar” (alimentar) a la Madre Tierra. Primero se pide perdón por el daño provocado por los humanos y, luego, se procede a enterrar una olla con alimentos ya cocinados, se agrega coca, cigarros (éstos deben encenderse y tras dar algunas pitadas colocarse parados en los “labios” del pozo; para el caso que alguno se caiga denota problemas en el futuro de quien lo puso) y bebidas alcohólicas (hasta los tiempos hispánicos sólo chicha pero, luego, también comenzó a utilizarse vino y desde hace años se ha vuelto usual la cerveza), con el fin de saciar el hambre y la sed de la Pachamama. En ese momento se pronuncian las palabras de veneración que varían según la región, pero que en todos los casos expresan un pedido de salud, riqueza y prosperidad. Para colocar las ofrendas que se colocan en el interior del pozo – que simboliza la boca de la Madre Tierra – hay que estar arrodillado y utilizar ambas manos lo que obliga al oferente a inclinar su cuerpo en señal de entrega y agradecimiento.
Existen algunas variaciones de acuerdo al lugar en que se realicen, pero su sentido es siempre el mismo.
La intensa fe que mueve a venerar a la Madre Tierra en tantas regiones, su fuerte apego a la tradición de sus orígenes y lo que simboliza socialmente la Pachamama como deidad femenina, garantiza la supervivencia de este culto por prolongado tiempo más.

Antonio Las Heras es doctor en Psicología Social, filósofo y escritor. e mail: alasheras@hotmail.com







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